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Dicen que está maldita, que por las noches se escuchan voces y ruidos, y los objetos se caen o cambian de lugar. Por eso permanece vacía desde hace mucho, a pesar de que varias familias han intentado habitarla.

Se encuentra a un costado de la autopista que une a La Habana con Pinar del Río, justo en el kilómetro 78, en territorio del municipio de San Cristóbal, y ha estado abandonada durante alrededor de 20 años.

“La gente asegura que sigue sola porque es una casa misteriosa”, explica Gilberto Espinosa, chofer de la Empresa de Ómnibus Nacionales, que durante casi dos décadas ha manejado en la ruta Habana-Pinar.

Foto: Ronald Suárez Rivas
Foto: Ronald Suárez Rivas

“Es una construcción buena, de placa, pero nadie se atreve a vivir en ella”, coincide Carlos Trujillo, un pinareño que viaja con frecuencia a la capital del país.

Por más absurda que parezca en pleno siglo XXI, la leyenda de la casa abandonada ha ido creciendo con el tiempo, al punto de que son muy pocos los habitantes de esta porción del occidente cubano que no la conocen.

No se trata de un simple cuento de viajeros. Lázaro Abreu, un campesino que tiene su finca en el kilómetro 78, del otro lado de la autopista, también la ha escuchado. “Dicen que salen luces, que las camas se mueven y se caen los calderos”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
Foto: Ronald Suárez Rivas

Supersticiones aparte, el hecho de que una vivienda sólida y espaciosa permanezca abandonada, no deja de ser sospechoso. Sobre todo en una provincia donde miles de familias se han quedado sin techo varias veces por el embate de los ciclones.

Según Lázaro, la versión que siempre ha escuchado es que no tiene electricidad, ni existe forma de llevarla hasta allí. Sin embargo parece una hipótesis poco convincente, teniendo en cuenta que al fondo, a unos 200 metros, hay otras casas que sí la poseen, y que no son pocos los hogares en el campo cubano que se alimentan por “tendederas” mucho más largas.

En un contexto en que los cálculos oficiales estiman que para levantar una pequeña vivienda de 25 metros cuadrados se necesitan entre 80 y 85 mil pesos (unos 3400 dólares), ¿cómo explicar que una construcción tres veces más grande permanezca deshabitada?

“Porque quienes han tratado de vivir en ella, han tenido que irse”, asegura Juan Gualberto Gutiérrez, quien a unos pocos metros prepara un semillero de tomate. Es integrante de una cooperativa agropecuaria que se encarga de cultivar las tierras aledañas a la casa misteriosa y señala que “el trabajador que lo desee puede mudarse para acá. A una pila de gente se lo han ofrecido, pero ninguno quiere”.

Lázaro / Foto: Ronald Suárez Rivas
Lázaro / Foto: Ronald Suárez Rivas

Junto a él, nos acercamos a la vivienda para tomar imágenes del interior.

En total tiene tres dormitorios, una sala, un comedor, una cocina y un baño, en los que alguien se llevó la carpintería, los azulejos y los muebles sanitarios.

También hay indicios de trabajos de albañilería relativamente recientes que quedaron a medias, como si una persona hubiera decidido acondicionar el lugar y luego hubiera desistido.

A pesar de los años de abandono, sigue teniendo la apariencia de una construcción resistente, en la que no hay una sola mancha de humedad.

Foto: Ronald Suárez Rivas
Foto: Ronald Suárez Rivas

Lázaro Abreu, el campesino de la finca del otro lado de la autopista, afirma que la casa perteneció a “Juan el colorao,” un hombre solitario que murió a una edad avanzada.

Después, admite que ha habido otros moradores, pero todos se han marchado.

“Es que el miedo les hace ver cosas a la gente”, argumenta.

Él, sin embargo, a sus 48 años jamás ha notado algo fuera de lo común. “Yo he caminado todas estas tierras de madrugada y nunca he sentido nada raro. Incluso he pasado aguaceros dentro de esa casa”.

Al parecer, tampoco el viejo Juan se inmutaba con los espíritus que vivían bajo su mismo techo. “Recuerdo que salía de noche a jugar dominó y regresaba lo mismo a la una que a las tres de la mañana”, comenta Lázaro.

“Tengo entendido que por aquel entonces, ya pasaban esas cosas que cuenta la gente, pero como Juan nunca le tuvo miedo a nada, a lo mejor oía los ruidos y seguía durmiendo”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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