La pandemia y el confinamiento me han pillado viviendo en el extranjero, como tantos otros españoles (e italianos, portugueses, griegos, etc) que hemos emigrado o bien en búsqueda de mejores condiciones laborales o bien como una experiencia formativa que añadir a nuestros currículos.
Hace casi siete años que vivo en Alemania con mi familia. Mi mujer Maria Coral y mis dos tesoros, Yhasmin y Leandro. Estoy trabajando como basurero aquí, en Wuppertal.
Ha sido noticia el rebrote en Alemania: más de 650 infectados de coronavirus en una fábrica de carne. El matadero de Tönnies, el más grande del país, muy cerca de donde vivo y que supone una quinta parte del suministro total, se vio obligado a cerrar sus puertas. Nuestra negligencia al bajar la guardia puede traer malas consecuencias. Nos relajamos.
Hemos pasado el confinamiento en un piso con balcón, pero, por suerte, con mucha luz y vegetación alrededor. Y siendo sinceros, lo de estar en casa no lo hemos llevado tan mal como cabría esperar.
Claro es que mi confinamiento ha sido muy liviano como empleado de la limpieza del ayuntamiento, ya que he trabajado a jornada completa todos los días de la pandemia.
Además, las medidas de confinamiento no han sido tan severas en Alemania como en otros lugares de España”
Nosotros hemos podido salir a pasear en familia siempre que mantuviéramos los 2 metros de distancia con extraños o pudimos reunirnos con un amigo (pero, solo uno).
También teníamos permiso para hacer deportes, ir al trabajo, al médico o a hacer compras, sin necesidad de entregar un documento a la policía.
Uno de los sectores que siempre ha estado activo y además en primera línea es el de los recolectores de basura. Nuestra misión ha sido evitar que la crisis sanitaria se complicara con un problema de salubridad.
En medio de esta epidemia, somos uno de los oficios más importantes para que todo siga con normalidad y la gente se está dando cuenta.
En mi gremio recogida de basura trabajamos más rápido de lo normal, porque tenemos miedo. En la empresa tenemos órdenes de acabar la ruta, pero puedes marchar para casa ganando a la jornada dos horas, un tiempo que dedico a la familia.
El otro día leí un artículo sobre el supuesto ‘síndrome de la cabaña’ y que lo que en realidad nos pasa es que no queremos volver a nuestra vida basada en “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. Y en el caso de,mis hijos, de largas jornadas en el instituto. Me hizo reflexionar mucho.
Con la ‘nueva normalidad’, extraño esas dos horas maravillosas que le gané al día y que empleé en dormir más, leer y pasear, en vez de correr y “pelearme” por subir el primero al autobús”