Una pistola, nueve asesinatos: las armas estadounidenses causan masacres en otros países

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CLARENDON, Jamaica — Llegó a Jamaica desde Estados Unidos hace unos cuatro años, de manera ilegal, oculta para evitar que la detectaran. En unos cuantos años, se convirtió en una de las asesinas más buscadas del país.

Se confirmó que asesinó a nueve personas en Clarendon, incluyendo un homicidio doble afuera de un bar, el asesinato de un padre en un velorio y el de una madre soltera de tres hijos. Su violencia fue indiscriminada: disparó y casi mató a una chica de 14 años que se alistaba para ir a la iglesia.

Puesto que tenía pocas pistas para identificarla, la policía la llamó Briana. Solo conocían su país de origen, Estados Unidos, donde había sido prácticamente imposible de rastrear desde 1991. Era un fantasma, la octava asesina más buscada en una isla donde abundan los asesinatos y que tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Y solo era una de miles.

Briana, con el número de serie 245PN70462, era una pistola Browning de 9 milímetros.

Un brote de violencia está afectando a Jamaica, nacida de pandillas de poca monta, criminales en disputa y riñas de vecindario que datan de generaciones: odios heredados y atizados por el orgullo. Este año, el gobierno declaró un estado de emergencia para frenar la masacre en puntos conflictivos del país y ordenó el despliegue de los militares en las calles.

Armas como Briana están en el epicentro de la crisis. En todo el mundo, el 32 por ciento de los homicidios se cometen con armas de fuego, de acuerdo con el Instituto Igarapé, un grupo de investigación. En Jamaica es más del 80 por ciento. La mayoría de estas armas provienen de Estados Unidos, donde se obtienen gracias a las laxas leyes de control de armas estadounidenses, que facilitan las matanzas.

El funeral de Pauline Burke-Frazer, una víctima de la violencia con armas en Jamaica

Mientras que el debate sobre el control de armas en Estados Unidos ha estallado de manera intermitente durante décadas —el episodio más reciente ocurrió tras los tiroteos masivos de este mes en El Paso y Dayton—, las armas de fuego estadounidenses llegan a países vecinos y detonan niveles récord de violencia, en parte debido a restricciones federales y estatales que dificultan, o a veces vuelven casi imposible, el monitoreo de las armas y la interrupción de las redes de contrabando.

En Estados Unidos, la discusión respecto de las armas se enfoca casi exclusivamente en las políticas, las consecuencias y los derechos constitucionales de los ciudadanos estadounidenses, y a menudo se estanca debido a la afirmación de que “las armas no matan a las personas; son las personas quienes matan a las personas”, y que los actos irresponsables de unos cuantos no deberían provocar que se restrinja el acceso a las armas para todos.

No obstante, aquí en Jamaica, no hay un debate similar. Los funcionarios de las fuerzas de seguridad, los políticos e incluso los pandilleros en las calles están de acuerdo: la abundancia de armas, generalmente provenientes de Estados Unidos, es lo que ha convertido al país en un lugar tan mortífero. Y aunque la discusión respecto del control de las armas se desarrolla de manera cíclica en Estados Unidos, los jamaiquinos dicen que están muriendo a causa de la situación, a una tasa que es nueve veces más alta que el promedio mundial.

“Muchas personas en Estados Unidos consideran que el asunto del control de armas es exclusivamente nacional”, comentó Anthony Clayton, autor principal de las políticas de seguridad nacional de Jamaica de 2014. Sin embargo, los “vecinos afligidos” de Estados Unidos, “cuyos ciudadanos están siendo asesinados por armas estadounidenses, tienen una perspectiva muy distinta”.

Las armas de fuego desempeñan un papel tan central en los asesinatos en Jamaica que las autoridades llevan una lista de las treinta armas más mortíferas del país, con base en verificaciones mediante pruebas balísticas. Para darles seguimiento, les dan nombres como Fantasma o Ambrogio.

Algunas, como Briana, están tan mal documentadas que la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de Estados Unidos (ATF,) no tiene más que una hoja de papel con el nombre y los detalles del comprador original, de acuerdo con documentos confidenciales que revisó The New York Times.

La pistola semiautomática Browning, que fue adquirida por un campesino en Greenville, Carolina del Norte, en 1991, desapareció de los registros públicos durante casi veinticuatro años, hasta que de pronto comenzó a causar estragos en Jamaica. Durante tres años, su huella balística la vinculó con varios tiroteos, lo cual desconcertó a los cuerpos de seguridad. Finalmente, después de un enfrentamiento armado con la policía, fue recuperada el año pasado y por fin terminó su trayectoria sangrienta.

Las autoridades rastrearon al propietario original del arma mediante el número de serie. Sin embargo, eso no explica cómo la pistola terminó en Jamaica décadas después, ni cómo pueden las autoridades evitar que lleguen otras Briana

El misterio no es ningún accidente. Según la ley, en Estados Unidos no se exige a los vendedores de armas autorizados mucho más aparte de registrar los datos de las ventas minoristas, y generalmente no tienen que informarlas a las autoridades. Después de eso, si el arma es robada, si se pierde o se entrega a alguien más, solo a veces se requiere papeleo.

Solo unos cuantos estados del país exigen el registro de algunas o de todas las armas de fuego. Varios estados lo prohíben explícitamente. Además, no hay un registro nacional integral de los propietarios de armas. Está prohibido que el gobierno federal genere uno.

A partir de documentos judiciales, archivos de casos, decenas de entrevistas y datos confidenciales de agentes de la policía en ambos países, el Times siguió el rastro de una sola arma —Briana— en nueve homicidios en Clarendon, una zona mayoritariamente rural de Jamaica donde la violencia ha aumentado en años recientes.

Es solo una de cientos de miles de armas que salen de Estados Unidos y abruman a países latinoamericanos y caribeños. Más de cien mil personas son asesinadas todos los años a lo largo de la región, la mayoría por armas de fuego.

“Aún lo amo y lo extraño todo el tiempo”, dijo Clovis Cooke padre, llorando por el asesinato de Clovis, su hijo, que fue baleado en 2017 con la pistola Browning a la que las autoridades llaman Briana.

“Él me cuidaba”, dijo Cooke sobre su hijo. “Todas las semanas venía y me traía comida y víveres, y pagaba las cuentas”.

Jamaica está llena de pérdidas como esta. Las armas estadounidenses ingresan cotidianamente al país a bordo de barcos e inundan ciudades como Kingston, la capital, donde las pandillas en disputa utilizan rifles de asalto de alto grado.

Times

Las leyes de control de armas de Jamaica son relativamente estrictas, por lo que hay menos de 45.000 armas de fuego legales en un país con casi tres millones de habitantes.

No obstante, el país está lleno de armas ilegales. Las autoridades jamaiquinas, que calculan que se introducen de contrabando doscientas armas estadounidenses al país todos los meses, les piden de manera rutinaria a los funcionarios de Estados Unidos que analicen algunas de las armas que decomisan en redadas, durante operativos de tránsito o en los puertos.

De las casi 1500 armas que la ATF revisó de 2016 a 2018, el 71 por ciento provenía de Estados Unidos.

Las cifras son similares en México, que ha estado presionando a Estados Unidos durante más de una década para que frene el flujo de armas ilegales que entran al país. Según algunos cálculos, se trafican más de 200.000 armas hacia México cada año, muchas son usadas para alimentar las enormes redes criminales que se disputan el negocio del tráfico de drogas destinadas a Estados Unidos, con un valor de miles de millones de dólares.

No obstante, aquí en Jamaica, los asesinatos rara vez son provocados por ganancias tan grandes. El narcotráfico ya ha visto pasar sus mejores días, el crimen organizado se ha fracturado y la mayoría de los antiguos capos de la delincuencia organizada han sido asesinados o encarcelados.

En cambio, las armas en Jamaica a menudo se usan en riñas insignificantes, peleas de vecindario y guerras territoriales que datan de hace décadas, de cuando los partidos políticos eran los responsables de gran parte de la violencia del país.

Puesto que las armas son tan abundantes, los simples insultos y las viejas venganzas, que en situaciones normales provocarían pocas muertes, se vuelven mucho más peligrosos, no solo para los involucrados, sino también para los que se atraviesan en el camino.

“Gran parte de la violencia es resultado de la resolución de conflictos por propia mano, y con todas las armas que hay en el país es fácil solucionar las cosas de esa manera”, dijo Orlando Patterson, profesor de Sociología de la Universidad de Harvard nacido en Jamaica. “Esa es la situación que enfrenta el país en este momento. Los factores anteriores —la política y las drogas internacionales— ya no son el problema”.

Incluso algunos de los miembros de las pandillas están de acuerdo en que a menudo pelean por poca cosa, y a veces sin ningún motivo económico.

“Con o sin armas seguiremos peleando”, dijo el líder de una pandilla en Kingston, quien habló con la condición de mantener su anonimato por temor a que lo arresten. “Pero las armas vuelven más mortíferas estas riñas. Sería muy distinto si no hubiera tantas armas”.

Johnnie Ray Dunn entró a una tienda de armas en Carolina del Norte a finales de 1991 y compró un icono estadounidense: una pistola Browning de 9 milímetros.

Con su armazón de acero, el arma fue creada para resistir al uso rudo y tiene la reputación de ser precisa y funcional.

Dunn, un granjero, dio sus datos y se fue a casa con un arma que, si se le daba mantenimiento, duraría toda una vida.

Ahí comenzó el rastro documental de Briana. Y ahí terminó.

Cinco años antes, el presidente estadounidense en ese entonces, Ronald Reagan, había firmado un proyecto de ley que prohibía la creación de cualquier registro nacional de armas de gran alcance, una ley fundamental en la historia del control de armas de Estados Unidos.

La Asociación Nacional del Rifle ejerció gran presión a favor del proyecto de ley, que muchos consideraban una manera de expandir las ventas al asegurar el acceso fácil a las armas de fuego. Esta iniciativa fue respaldada por una advertencia que aún hace eco en muchos de los simpatizantes de la ley en la actualidad: que un registro nacional permitiría que el gobierno estadounidense diera seguimiento a los propietarios y socavara su derecho a portar armas.

“Lo usarán para quitarnos las armas”, dijo John Donohue III, profesor de la Facultad de Derecho de Stanford, al explicar uno de los principales argumentos en contra de un registro nacional.

La ley prohibió de manera eficaz la creación de un sistema federal de registro de todas las armas de fuego. Así que cuando el arma de Dunn de pronto apareció en Jamaica, vinculada con una serie de homicidios de 2015 a principios de 2018, nadie pudo averiguar cómo llegó ahí.

La ATF no pudo rastrear el arma más allá de su compra inicial, y Dunn no tenía obligación de informar si la vendía, la intercambiaba, la perdía o se la robaban. El arma desapareció en lo que algunos expertos llaman el hoyo negro de las leyes estadounidenses de control de armas.

Dunn murió en 2011, de acuerdo con el obituario de un diario local, y no se considera sospechoso del envío del arma a Jamaica. The New York Times intentó sin éxito comunicarse con su familia.

Armas como esta atormentan de manera constante a los funcionarios jamaiquinos. La mayoría de las armas de fuego utilizadas en crímenes son huérfanas de un sistema que parece haber sido creado para olvidarlas. Según cálculos de la ATF, las armas que son adquiridas legalmente terminan en un vasto océano de más de trescientos millones que circulan en Estados Unidos, pero el rastro de sus posteriores propietarios a menudo se borra de manera permanente.

“Esta es la típica arma criminal”, dijo Joseph Blocher, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Duke. “Casi todas nacen de una venta legal, pero después cambian de propietario, son robadas o desparecen de alguna otra manera antes de reaparecer en un crimen”.

Debido a que los funcionarios jamaiquinos no pueden saber cómo entran al país armas como la pistola Browning de 9 milímetros —ni siquiera con el apoyo de la policía estadounidense—, tienen problemas para acabar con las redes de contrabando que alimentan la violencia en la nación

Armas estadounidenses son frecuentemente ingresadas al país, a menudo a través de contenedores, e inundan ciudades como Kingston.

Todo lo que saben es que, más de veinte años después de que la vendieron en Carolina del Norte, el arma se convirtió en una de las más letales en Jamaica, en la herramienta de un pandillero tuerto llamado Hawk Eye, ojo de halcón.

A Samuda Daley le pusieron ese apodo cuando era niño. Veía muy mal de un ojo, y tras una cirugía poco exitosa que se lo dejó cubierto de una capa lechosa, nació su alias.

Daley era fruto de la violencia, pues lo moldeó la presencia casi constante de esta en su vida. De niño, dijo uno de sus familiares, un tío mató a puñaladas a su madre.

Tres años después de concluir la primaria ya había desertado de la escuela para comenzar a trabajar en una fábrica de azúcar porque, según le dijo a su familia, no quería depender de nadie. Se unió a la pandilla Gaza, un grupo de jóvenes que habían crecido juntos en un conjunto de calles muy cercanas en Clarendon.

Comenzaron pasando juntos el rato, sin peleas, comentó su familia. Pero en el crisol de la pobreza y la desesperación, donde los pequeños conflictos pueden volverse mortíferos, se enemistaron con una banda similar, la pandilla King Street. La rivalidad creció rápidamente.

El 19 de septiembre de 2015, casi exactamente veinticuatro años después de que Dunn adquirió el arma, apareció la primera señal de su llegada a Jamaica: un hombre llamado Okeeve Martin fue asesinado con una pistola Browning 9 milímetros desconocida.

No hubo dinero ni territorios de por medio, dicen los residentes. El motivo parecía ser una venganza: le habían disparado por error a la novia del líder de la pandilla Gaza en un incidente previo.

Ella sobrevivió, pero los rumores señalaron a Martin, y pronto hubo represalias.

El arma no fue usada durante un año, hasta que el 6 de septiembre de 2016 cobró la vida de Shane Sewell, un chico de 17 años. Iba camino a casa de noche después de haber estado en un bar con amigos. Terminó en una zanja, lleno de balas, algunas de la misteriosa Browning.

Los funcionarios creen que fue asesinado durante una disputa por otra arma de fuego. En Jamaica, quienes tienen armas a menudo las rentan, de la misma manera en que una ferretería renta herramientas valiosas. La persona que la alquila, quien quizá quiere llevar a cabo un asalto o incluso matar a alguien, paga una cuota para usar el arma. Después la devuelve. Dado el potencial para generar ingresos que tiene un arma, cuando una se pierde o la roban, las consecuencias pueden ser mortales.

A mediados de 2017, la Browning volvió a atacar. Kurt Mitchell, un pescador que se cree que era miembro de la pandilla King Street, fue baleado en una fiesta. Las autoridades suponen que se trató de una venganza por un homicidio anterior perpetrado contra la pandilla Gaza.

A su vez, su muerte generó más asesinatos, con el trágico ritmo que la violencia suele adoptar en Jamaica.

Gran parte de las riñas actuales tienen su origen en conflictos políticos que datan de mucho antes de que nacieran los tiradores. En décadas previas, los grupos armados leales a alguno de los dos principales partidos políticos —el Partido Laborista de Jamaica y el Partido Nacional del Pueblo— combatían entre sí para obtener poder.

Estas redes clientelares terminaron por incursionar en la delincuencia, despojadas de su enfoque político. Los líderes locales, conocidos como dons (jefes), se volvieron increíblemente poderosos conforme sus conexiones profundas con Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido permitieron que sus empresas criminales se volvieran transnacionales.

No obstante, eso también cambió cuando el gobierno fue tras los dons y el narcotráfico en Jamaica. Para 2010, los dons casi eran asunto del pasado, y el último de ellos, Christopher Coke, conocido localmente como Dudus, fue arrestado y extraditado a Estados Unidos después de enfrentamientos que tuvieron como resultado la muerte de por lo menos 73 personas.

“El año 2010 fue un parteaguas”, dijo Damian Hutchinson, director ejecutivo de Peace Management Initiative, que trabaja con el fin de frenar la violencia en los vecindarios más peligrosos de Jamaica. “La cultura de los dons comenzó a cambiar. Los sicarios políticos se vieron socavados por individuos más jóvenes y menos escrupulosos con propósitos menos claros para la violencia”.

Residentes observaron durante un allanamiento mientras la policía buscaba al miembro de una pandilla investigado por su conexión con cargos relacionados con armas.

Las facciones divididas comenzaron a reñir entre ellas, lo cual provocó cada vez más violencia fortuita. Se desataron guerras entre bloques alguna vez alineados y las pandillas se multiplicaron; ahora hay más de 250 en todo el país.

Esas facciones armadas, que libran guerras a pequeña escala, han provocado que los homicidios alcancen niveles críticos.

La Browning de 9 milímetros se convirtió en una participante aterradora en este entorno, con pruebas que la vinculaban a más de ocho escenas de homicidios.

Mientras los funcionarios trataban de unir las pistas, el arma se usó en varias ocasiones como herramienta de ejecución de la pandilla Gaza. A menudo la utilizaba Daley, el asesino conocido como Hawk Eye.

Era callado y nunca presumía sobre sus hazañas, dicen residentes y familiares. No necesitaba hacerlo. Su crueldad era bien conocida, y los vecinos lo trataban con un respeto reticente.

Daley se había involucrado en una riña personal con Christopher Lynch, otro pandillero, y algunos de los tiroteos que azotaron Clarendon en 2017 fueron causados por el odio que sentían el uno por el otro, señalaron los funcionarios.

Alguna vez habían sido amigos cercanos, casi como de la misma familia, dijeron algunos parientes, pero esa antigua intimidad ahora ardía con una hostilidad igual de intensa. Daley intentó matarlo un domingo de 2017, cuando lo vio caminando a casa después de un partido de futbol.

Le disparó a Lynch, quien escapó corriendo hacia el bosque, dicen los funcionarios. Sin embargo, una bala perdida perforó el estómago de una chica de 14 años que se preparaba para ir a la iglesia. Por suerte, ella sobrevivió.

Meses después, el padre de Lynch estaba en un velorio, una fiesta con bebidas y música, una celebración de la vida que en Jamaica se extiende hasta el amanecer. Según creen los investigadores, alrededor de las 22:30, Daley llegó al evento y comenzó a disparar. El padre de Lynch murió. Otras tres personas resultaron heridas.

Una vez más, los fragmentos de bala conectaron los disparos con la pistola de 9 milímetros.

No todas las armas desaparecen sin rastro y de pronto reaparecen décadas más tarde. Algunas se compran abiertamente y se envían a otros países de inmediato.

Desde finales de 2016 hasta principios de 2017, un hombre de 74 años de Idaho adquirió tres fusiles de tipo militar y una pistola Glock calibre .45 en Meridian, Idaho, una ciudad de casi cien mil habitantes con más de una veintena de tiendas de armas.

Seis meses después, las cuatro armas fueron recuperadas por las autoridades jamaiquinas en una redada en el área de la bahía de Montego, donde la violencia criminal ha abrumado a Saint James.

La zona es una excepción destacada de la violencia por venganzas en Jamaica. Una industria multimillonaria de fraudes ha prosperado ahí y provocado tantos homicidios que el gobierno envió a los militares.

Un cementerio en Kingston en donde numerosos integrantes de pandillas han sido sepultados.

La policía patrullando en el centro de Kingston. Las autoridades han luchado por rastrear armas, incluidas muchas compradas legalmente en los Estados Unidos.

Los defraudadores —que estafan a ciudadanos estadounidenses para que les envíen dinero o divulguen la información de sus cuentas bancarias— están bien financiados y son capaces de reunir arsenales para combatir a sus competidores.

Sus armas, como el resto de las armas ilegales en Jamaica, llegan en contenedores a bordo de los cientos de embarcaciones que arriban a la isla cada mes. A menudo llegan en pequeños lotes, divididas en partes y ocultas en congeladores o motores de autos para evadir a los inspectores.

Desde luego, no todas las armas ilegales en Latinoamérica y el Caribe provienen de Estados Unidos. En algunos países, como los que tienen armas que quedaron de las guerras civiles, menos de la mitad de las armas ilegales provienen de tierras estadounidenses.

No obstante, el tráfico de armas de fuego que se origina en Estados Unidos es un problema tan grande que la ATF señala que se dedica a combatirlo. El tráfico comercial entre Estados Unidos y Jamaica ha sido objeto de una mayor vigilancia en años recientes, así que los contrabandistas han comenzado a traer las armas también a través de Haití, a menudo a cambio de marihuana o incluso carne.

Otra forma en que las redes criminales, como las de la industria de los fraudes, adquieren sus armas es recurriendo a compradores fantasma en Estados Unidos, personas que adquieren las armas legalmente y las envían a Jamaica, ya sea porque son cómplices, porque los engañan o porque no les interesa cómo se usen.

El hombre de Idaho quizá fue víctima de estafadores. Los funcionarios dicen que los timadores parecen haberlo presionado para que comprara las armas con la promesa de devolverle los ahorros que le habían robado.

La Glock calibre .45 llamó la atención de las autoridades estadounidenses y jamaiquinas. Tan solo tres meses después de que el hombre de Idaho la había comprado, el arma ya estaba en Jamaica y había sido utilizada para asesinar a Jeffrey Cato, un hombre de 39 años que sufría una enfermedad mental.

Cato, un personaje muy querido en la comunidad de Flankers, no tenía enemigos evidentes. Parecía vivir en su propio mundo, era inofensivo y no se metía con nadie, dijeron los vecinos.

El día de su muerte, el 17 de marzo de 2017, Cato estaba comprándole comida a uno de sus hijos. La policía jamás identificó el motivo, pero cree que quizá fue testigo de un asesinato.

“No tenía conexión alguna con pandillas”, dijo un detective, quien habló de manera anónima porque la investigación aún estaba abierta. “En mis ocho años en el puesto, solo ha habido unos cuantos casos que se me han quedado grabados. Este es uno de ellos”.

En julio pasado, el arma fue utilizada de nuevo para asesinar. Esta vez a Nicholas Kerr, un hombre discreto de 41 años que vivía en el sótano de la casa de su madre. Le dispararon en una tienda de abarrotes, mientras compraba un refresco.

“Siempre hemos tenido enemigos aquí”, dijo la madre de Kerr, quien no proporcionó su nombre por temor a las represalias. “¿Pero Nicholas?”, agregó. “Él era tranquilo”.

Joviane Hall estaba trabajando como DJ en un bar local cerca de Clarendon a las 23:30 el 6 de octubre de 2017, cuando unos hombres armados entraron de improviso.

Después de asaltar el bar y a los clientes, abrieron fuego y le dispararon a Hall, quien murió camino al hospital. Los funcionarios reconocieron el arma responsable: la pistola Browning que ya odiaban.

Ese asesinato fue el primero de una racha. Dos días después, ocurrió otro tiroteo en el bar Three Sisters. Alrededor de las 22:50, dos amigos, Clovis Cooke y Otis Gordon, estaban afuera, bebiendo, cuando un auto se detuvo.

El tirador disparó veintiún veces y se fue de ahí a toda velocidad. Los investigadores encontraron otro conjunto de fragmentos de 9 milímetros.

Todos los homicidios, todas las vidas cobradas, dejaron una herida que jamás sanó. A diez minutos del bar Three Sisters, que ahora está cerrado y escondido entre denso follaje, los padres de Cooke viven en su casa sencilla, revestida de vinilo, a un costado de la autopista.

Su padre, en recuperación después de una operación de cataratas, caminaba lentamente en medio de la oscuridad buscando recibos vencidos entre el montón de papeles que se encontraba sobre la pequeña mesa del comedor.

“Aún lo amo y lo extraño todo el tiempo”, dijo Clovis Cooke, al contar sobre la muerte de su hijo homónimo, que fue asesinado a tiros en 2017 con la pistola Browning 9 milímetros que las autoridades llaman Briana.

CreditTyler Hicks/The New York Times

Lloró al escuchar el nombre de su hijo, de 33 años, que solía pagar las cuentas y ayudaba con las tareas de la casa. Sus padres, que se casaron a los 15 años, crecieron criándolo. Pero el tiempo había invertido los papeles y, ahora, sin él, estaban casi desamparados.

“Pienso en él a diario”, comentó. “Todos los días matan gente y todos los días nos lamentamos por eso”.

El mismo vacío acechaba la casa donde Jody Ann Harvey fue asesinada menos de dos meses después de Cooke, en lo que algunos creen que se trató de un caso de confusión de identidad.

Los asesinos entraron a su choza de una habitación abriendo la puerta de una patada y les dispararon a Harvey y a su hija mientras dormían en la pequeña cama que compartían. Harvey cubrió a la niña con su cuerpo y recibió seis tiros de la lluvia de balas de 9 milímetros. Su hija sobrevivió.

Los primeros meses del año pasado, la casa aún se encontraba abandonada en medio de una espesura de árboles; la escalera de madera se estaba pudriendo y la pintura azul y verde se estaba agrietando. Ashley Wilson, la hermana de Harvey, había pasado para visitar el lugar, para llenar la única habitación de recuerdos. Para llorar su muerte.

“Supongo que solo la extraño”, dijo, mientras abría la puerta destartalada. “Entro a su habitación, donde todo ocurrió. Me trae muchos recuerdos. Veo sus fotografías, escucho la música que nos gustaba, hablo con su hija. Eso hago”.

La ola mortífera de la Browning terminó, en cierta forma, de la misma manera en que comenzó.

Joy Commock, la novia del líder de la pandilla Gaza —la persona a la que le dispararon por error y sobrevivió, con lo que comenzó el ciclo de venganza y la trayectoria letal del arma en Jamaica—, fue asesinada el 21 de enero de 2018.

Los cartuchos coincidían con los crímenes anteriores: el arma también se utilizó para asesinar a Commock, dijeron los agentes.

Estaba sola en casa con su hija cuando escuchó un ruido, dice la policía. Fue poco después de la medianoche y el olor del humo llenaba el aire.

Salió corriendo y encontró un incendio en su jardín frontal. Se arrodilló para extinguir las llamas y un atacante oculto entre las sombras le disparó varias veces.

Su hija, una de tres, se ocultó al interior. Cuando la niña salió, su madre estaba muerta, bocabajo en el patio.

“Era el único sostén de la familia”, dijo Lotoya Evans, hermana de Commock. “Eran su vida”.

“Esperan que lo olvides, pero, cuando pierdes a alguien, no nada más te levantas y comienzas a actuar normalmente”, agregó, mientras se aferraba a su propia hija.

A principios de 2018, las autoridades aún no estaban cerca de encontrar el arma. Conocían su calibre, e incluso el conflicto en el que estaba atrapada. Sin embargo, mientras Daley, el delincuente conocido como Hawk Eye, todavía estaba vivo, ningún testigo se atrevía a testificar.

Alrededor de las 23:00 del 28 de abril, un policía fuera de servicio estaba bebiendo en un bar local en Clarendon cuando dos hombres aparecieron para asaltar el lugar. Uno de ellos era Daley, que sacó la Browning para intimidar a los clientes y exigió dinero. El policía se acercó a los hombres y se presentó, dicen los oficiales.

Daley volteó y disparó, pero el policía tenía la ventaja, y mató a Daley en el acto.

Así fue como el arma salió de las calles.

Entonces los testigos aparecieron y vincularon a Daley con otros tiroteos, señalan los agentes, y la policía más tarde le pidió a la ATF que rastreara el origen del arma.

El rastro llegó hasta la compra en Carolina del Norte, en una época en que Daley ni siquiera había nacido.

Azam Ahmed es el jefe de la corresponsalía para México, América Central y el Caribe. Antes fue el jefe del buró en Afganistán y también se desempeñó como reportero sobre el mundo financiero y delitos de cuello blanco en la sección de Negocios de The New York Times. @azamsahmed

Una calle en Kingston. Gran parte de la violencia actual es resultado de los conflictos políticos que comenzaron hace décadas, antes de que algunos de los actuales integrantes de las pandillas nacieran.

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