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Uno lo ve y le parece sentir a la legua su peste a boca y a grajo. Y lo que es peor, su mala intención.  No se me ocurriría acudir a una causa convocada por él

LA HABANA, Cuba. – Últimamente, de tan enrarecida como está la situación mundial, antes de uno emitir un criterio sobre algún asunto, debe pensarlo no dos, sino tres o cuatro veces, y para no predisponerse o dejarse arrastrar por posturas extremas y disparatadas, distanciarse de las redes sociales.

Es lo que sucede con las protestas de miles de puertorriqueños que duraron más de una semana hasta que consiguieron su propósito: la renuncia del gobernador Ricardo Roselló.

Uno no sabe si alegrarse por el triunfo de la voluntad popular, o lamentarlo, por lo que pueda venir después. Es decir, que los más cavernícolas de la izquierda se aprovechen para alentar motines y crear ingobernabilidad cada vez que se le antoje.

Las protestas fueron motivadas –además de que los boricuas se la tenían guardada al gobernador por las denuncias de corrupción y por su pésimo manejo de la crisis creada por el huracán que devastó la isla el pasado año-  por la filtración a la prensa de los comentarios despectivos de Roselló, machistas y homofóbicos, respecto a periodistas, artistas y oponentes políticos.

Oiga, si se filtrara a la prensa lo que deben comentar en su círculo algunos de los que gobiernan hoy en varios países, medio mundo se lanzaría a las calles para exigir su renuncia o que los metan en la cárcel.

Trump no se mide para expresar, a cajas destempladas, sus opiniones en su cuenta de Twitter. Si de machismo y homofobia se trata, hay que ver las declaraciones que hace Putin a la prensa. Y, si en público son como son, ¿se imaginan qué dirán, cuando hablan en confianza, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales y sus mentores de La Habana?

En Puerto Rico triunfó no tanto la voluntad ciudadana como una histeria colectiva que fue aprovechada oportunistamente por los sulacranes agazapados de siempre, algunos con el trapo rojo en ristre y Che Guevara en la camiseta.

Dio muy mala espina ver involucrado en las protestas y de qué manera, robándole el show al agraviado Ricky Martin, a Residente, el alias de René Pérez Joglar, el encueruso y grosero cantante de Calle 13. Un tipo que no pierde oportunidad para desbarrar, siempre a la izquierda, y más independentista que la tira-tiros Lolita Lebrón.

Residente, que más que el cantante que no es parece un pandillero de la Mara Salvatrucha, se cree, entre otras cosas, sexy, y gracias a los Grammys ganados por Calle 13, pretencioso como es, un poeta, híbrido entre Silvio Rodríguez y Daddy Yankee, con todo lo que implican ambos.

Uno lo ve y le parece sentir a la legua su peste a boca y a grajo. Y lo que es peor, su mala intención.  No se me ocurriría acudir a una causa convocada por él. Pero no hagan demasiado caso de mis aprensiones: saben que tengo prejuicios con el reguetón. Y Residente y Calle 13, con todo y sus videoclips bonitos y con mariposas amarillas y sus letras que quieren ser poéticas, no van mucho más allá del reguetón. Y para colmo, comunistón. ¡Imagínese usted!

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