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Por: Osvaldo Avila Tizcareño.

A pesar de que se insiste una y otra vez por quienes aspiran a desempeñar un cargo público que su deseo es trabajar incansablemente al servicio de los demás y de que los organismos electorales hablan reiteradamente sobre las virtudes de ejercer libremente el derecho a votar, porque la democracia es el mecanismo de participación efectiva que materializa los derechos contenidos en la ley, la realidad demuestra que esto resulta cada vez más difícil de materializarse.

                Conviene recordar aquí aquella anécdota del político que emotivamente se dirige a los asistentes a un mitin y les promete que de ganar las elecciones les construirá un puente para evitar se mojen al pasar el río, y ante el cuestionamiento de uno de los asistentes que afirma que ahí no hay río rápidamente afirma: “pues les ponemos río”.

                Así acontece en la vida diaria, en tiempo de elecciones son muchas promesas, hay  trato atento, saludos, besos y una sonrisa que no se quitan del rostro del político, sin embargo pasado el proceso electoral cambia radicalmente la situación: quienes ganan se encierran a piedra y lodo en sus oficinas, luego poco a poco encuentran pretextos para no cumplir sus promesas;  y con quienes pierden la cosa está peor, aquel amor por el pueblo desaparece olvidándose en absoluto de la gente. Tengo la fortuna de vivir las dos experiencias al participar en procesos electorales y sin afán petulante puedo decir que nunca me he soltado del pueblo y por ende no hablo de una realidad en la que haya incurrido.

                Pero siempre me ha llamado la atención como los discursos de los candidatos se centran en descalificar a sus contrincantes culpando a los  partidos opositores  de todos los males presentes, pasados y futuros, pero nunca hay autocrítica aun cuando se trate de reelección, es una manía recurrente demostrar los defectos de aquel, pocas veces se da cuenta de las propuestas propias, sólo se trata de demostrar que aquellos son peores.

                Sin embargo puedo afirmar sin temor a equivocarme que a pesar de esos intentos discursivos de diferenciarse, la realidad muestra que estamos ante los mismos, e incluso aquellos que antes militaban en el PRI y emigraron a MORENA sólo los diferencia abandonar el uniforme tricolor para pasar al guinda. Dos pruebas recientes.

                El pasado 14 de junio un grupo de estudiantes se presentó al palacio de gobierno de Hidalgo para solicitar atención a necesidades que han sido ignoradas por el gobierno del “priista” Omar Fayad Meneses, dos eran las demandas más importantes: subsidio para la Casa del Estudiante y pago a los maestros que durante más de dos años se les ha negado su salario devengado en las aulas.

                La respuesta a tal osadía fue el uso de la fuerza pública para reprimir la protesta y la retención ilegal de las unidades de transporte público donde viajaban los manifestantes. No contentos con ello y para darle otra vuelta a la tuerca, los funcionarios convocaron a las instalaciones de la Secretaría de Movilidad al líder de los transportistas Domingo Ortega Butrón para entregarle los vehículos y ah sorpresa, se trataba de una trampa para privarlo de la libertad y extrañamente, con una velocidad impropia de la aplicación de la justicia se le presentó ante el juez para mantenerlo preso en un auténtico abuso de poder que pone al descubierto el uso de la ley como garrote para reprimir.

                Otro ejemplo. Sin mediar aviso de por medio, olvidando en absoluto la  responsabilidad de  velar por la seguridad de los ciudadanos que sufren el crecimiento de las acciones delictivas en Chimalhuacán, Estado de México, el pasado jueves 23 un grupo de policías por órdenes de la morenista Xochitl Flores se presentó a la Escuela de Bellas Artes (ESBA) para apoderarse del inmueble; el personal nunca fue notificado, no  valió nada el argumentar que se trataba de un espacio que formaba nuevas generaciones de artistas, poco importó el derecho a la educación, sólo se usó a la fuerza pública para someter.

                Ambos ejemplos dan cuenta de la vileza de las acciones, del uso de la fuerza pública para someter a quien levanta la voz en pro de sus derechos, este es el caso de los hidalguenses y un acto de revanchismo electoral en Chimalhuacán que muestra con claridad el parecido como “dos gotas de agua” de quienes dicen ser diferentes.

                La lección es clara, se usa del poder para reprimir, por eso debemos entender que más que los discursos el último criterio de la verdad es la práctica, y que por más que se empeñen en desacreditar y responsabilizar de los males a otros y decir que son lo peor, en los hechos se pone al descubierto que acuden a los mismos recursos y prácticas propias de dictadorzuelos antidemocráticos, por tanto una vez más abramos bien los ojos y no confiemos en estos lobos con piel de oveja.

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