Nueva estafa en Cuba: Acosadores al turismo se organizan en “cooperativas”

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Engañifas de esta índole se han convertido en hechos cotidianos, con una participación cada vez más amplia y heterogénea de cubanos

Viernes, junio 28, 2019 | Ana León y Augusto César San Martín

LA HABANA, Cuba. – Las férreas medidas dictadas por la administración Trump contra la emisión de visitantes estadounidenses a Cuba, sumadas a la temporada baja del turismo, tienen muy preocupados a los denominados “promotores”, que se dedican a vender prácticamente cualquier producto o servicio a los extranjeros. La disminución de la cantidad de clientes potenciales ha generado la necesidad de asociarse para extraer algún beneficio del comercio ilegal y las comisiones; una tendencia que se observa principalmente en el municipio Habana Vieja, donde el acoso al turismo se manifiesta de muy diversas maneras.

En las calles del Casco Histórico, articulando un inglés lastimero y acompañados por mujeres para inspirar confianza además de despistar a la policía, cierta clase de sujetos abordan a los extranjeros presentándose como miembros de cooperativas especializadas en la venta de tabaco. “Cigar Cooperative”, repiten, y una vez captada la atención del cliente procuran alargar la conversación para obtener datos más específicos. En muchos casos, el amigable interrogatorio tiene como objetivo saber si el turista se hospeda en una casa particular y cuál es el nombre de su arrendador.

Una vez adquirida la información gracias a lo que parece una charla casual, se deja ir al cliente y varias cuadras más adelante, éste es interceptado por otro gestor que se presenta como familiar del arrendador. El propósito de la engañifa no es robarle al extranjero en el sentido grosero del término; sino lograr que se sienta lo suficientemente confiado como para dejarse llevar a cualquier sitio sin hacer muchas preguntas, y comprar mercancías creyendo que su origen y calidad son confiables.

De la verdad se enteran cuando regresan al hospedaje y le cuentan al dueño que pasaron la tarde con “su primo”, quien los llevó a almorzar a un restaurante de comida criolla y les consiguió tabacos a buen precio. Tarde se da cuenta el cliente de que ni una cosa ni la otra. El tabaco comprado es un producto innoble, y el restaurante de marras pudo ser cualquiera de los modestos locales remozados por el aniversario 500 de La Habana, donde se opera en moneda nacional y el extranjero paga en CUC creyendo -sin que nadie lo saque de su error- que cuando el dependiente habla de “pesos”, se refiere a pesos convertibles.

Estafas de tal índole se han convertido en hechos cotidianos, con una participación cada vez más amplia y heterogénea de cubanos. Lo que comienza con un abordaje natural en alguna de las plazas del Centro Histórico, implica una cadena de gente sin escrúpulos resuelta a engañar, presionar e intimidar a los turistas con tal de embolsillarse dineros mal habidos.

Dichos sucesos ocurren a plena luz del día, en cada una de las disputadas esquinas y bajo las cámaras que supuestamente vigilan el ajetreo en la zona turística, para proteger a los visitantes. Es tal la impunidad con que actúan los acosadores, que la locuacidad popular los tilda de “informantes” o agentes encubiertos del DTI.

Es probable que así sea, o tal vez se trate de una entre tantas explicaciones que se fabrican los cubanos para no admitir que la corrupción está por encima de la ley. Lo cierto es que si un periodista independiente intenta realizar entrevistas en el Centro Histórico, no pasarán dos minutos sin que aparezca la policía para arrestarlo y decomisarle los equipos; mientras los pillos merodean despreocupadamente, acechando a los incautos turistas que sin asomo de respeto describen como “cajeros andantes”.

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