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Para conocer hasta dónde ha llegado el castrismo en su proyecto de crear eso que conocimos como Hombre Nuevo, solo hay que oír hablar a sus androides

Miércoles, julio 17, 2019 | Ernesto Santana Zaldívar

MIAMI, Estados Unidos.- “No comprendo lo que dicen”, se queja un cubano que emigró hace casi treinta años a los Estados Unidos, refiriéndose a los recién salidos de Cuba. Otros dicen lo mismo, pues, según aseguran, cada vez los nuevos emigrados hablan peor: no pronuncian bien las palabras, articulan desganadamente y se comen sonidos. Señalan el desastre de la educación.

Es cierto que la educación tiene gran parte de la responsabilidad, porque ya sabemos que en nuestro país los propios pedagogos se expresan cada vez peor. Los niños y jóvenes, por tanto, los imitan La decadencia en este aspecto es muy acentuada y uno la puede notar en el terreno. Sobre todo en La Habana, que en definitiva se ha vuelto una de las zonas del país donde peor se habla el español.

Lo de la pésima pronunciación y la articulación desganada, como se hace evidente para cualquiera que se asome a los medios, principalmente a la televisión. Aunque todavía quedan conductores y comunicadores que no pronuncian “adte” y “adtista” en lugar de “arte” y “artista”, que no se comen las “s”, que no dicen “Se los aseguro” cuando quieren referirse a algo que “les aseguro a ustedes”.

Es asombroso cómo se expresan muchísimos universitarios, aun de las llamadas “humanidades”, con una dicción atroz, para no hablar de los niños, que cada vez tienen un vocabulario más reducido y una articulación más apática. Y eso parece inexplicable cuando vemos —en un reportaje o en un documental— la aceptable corrección con que manejan el español los niños y los adultos de regiones remotas de Latinoamérica, seguramente con bajo nivel de instrucción escolar.

Donde ese panorama sociolingüístico alcanza sus cotas más pintorescas y ridículas es en el discurso de los dirigentes políticos. La nomenklatura es cada vez más grosera, torpe y limitada a la hora de enunciar palabras y completar oraciones en lengua castellana. Toda la proyección de estos “cuadros”, desde el aspecto físico hasta el oral, es cada vez más patética.

Aunque no el peor en este aspecto, el mandatario designado Miguel Díaz-Canel es buen ejemplo de esa degradación expresiva, cuando habla “deg gobietno” y “dep pueblo” en vez de “del gobierno” y “del pueblo”, y hace gala de su poquedad de ideas. Los casos de Ulises Guilarte de Nacimiento, Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba, y de Esteban Lazo, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, son ya simples caricaturas grotescas.

Aunque pueda parecer que se trata solo de un asunto de mala educación, de pereza en el aprendizaje y de instrucción deficiente en el entorno, no es difícil comprender que eso no basta para explicar ese fenómeno que pudiéramos denominar, utilizando la ironía del juez de La tremenda corte, lengüicidio e incluso glotofagia.

Aunque ambos términos se refieren usualmente al exterminio de una lengua y al sometimiento de un idioma ante otro, pueden servir acaso para describir la sistemática destrucción del español en la vida social cubana actual, no porque esta lengua sea un blanco que el poder quisiera aniquilar, sino porque el llamado “daño antropológico” que padecemos los cubanos, esa mutación psíquica y moral que nos han impuesto, se manifiesta con claridad en nuestra manera de usar el lenguaje.

Para conocer hasta dónde ha llegado el castrismo en su proyecto de crear eso que conocimos como Hombre Nuevo, solo hay que oír hablar a sus androides. Cuando el individuo, a lo largo del opresivo túnel revolucionario, sufre los efectos del sistema educativo y de la política social que implementa el Partido Comunista, se convierte en algo que parece una persona normal pero no lo es.

El castrismo busca crear seres humanos que no piensen por sí mismos, que no decidan, que no procuren su propio bien y que obedezcan ciegamente al poder. Todo el sistema está concebido para lograr la “indefensión aprendida” de las personas, que les hace actuar según las ideas más delirantes y repetir los eslóganes más absurdos por la sencilla razón de que así se sienten más seguras.

Si nos enseñan a no dudar de lo que nos inculcan, a no opinar honestamente, a no extrovertirnos, a no pensar, en definitiva, es lógico que vayamos perdiendo la facultad de expresarnos con la claridad y la imaginación, y hasta con la capacidad de pronunciación y articulación, que tienen los individuos que no viven en las mismas condiciones que nosotros.

El lenguaje deja ver cómo es nuestro pensamiento. Nuestro lenguaje es la manera en que pensamos. No quiero decir que el oscuro túnel del castrismo haya tenido éxito en crear una sociedad de zombis totales, pero el desastre provocado en nuestra comunidad y en nuestra mente demorará mucho tiempo en ser reparado. Escuchándonos podemos conocernos y conocer por dónde vamos.

(Ernesto Santana, residente en La Habana, se encuentra de visita en Estados Unidos)

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