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Por: Osvaldo Ávila Tizcareño

Dirigente Antorchista de Zacatecas

Ya se ha vuelto lugar común escuchar múltiples explicaciones para justificar la ausencia de resultados ante la problemática que aqueja a la inmensa mayoría de los mexicanos; ”antes estábamos peor”, “es ardor”, “yo tengo otros datos”, “son mis adversarios”, “ son las consecuencias del cambio y el combate a la corrupción” y más  cosas por el estilo son la respuesta que  una y otra vez esgrimen en las redes sociales los partidarios de la autollamada Cuarta Transformación y desde luego, en primer lugar el Presidente de la República y sus funcionarios.

Nadie en su sano juicio podría exigirles que en 8 meses cambien radicalmente las cosas, pero lo que es una verdad irrefutable aunque no les guste oírla, es la reiterada incongruencia entre la promesa de campaña y los hechos, baste a título de ejemplo citar tres casos de los cuales incluso hay constancia pública gracias a las redes sociales: uno de ellos fue el ofrecimiento de disminuir el precio de la gasolina desde el primer día de gobierno;  otro caso es que el ejército regresaría a los cuarteles; y también vale de ejemplo citar la actitud bravucona del otrora candidato López Obrador ante las políticas del Presidente Estadounidense Donald Trump y que hoy varían radicalmente.

Todos sabemos en qué han parado los problemas anteriormente referidos, no ha bajado el precio de la gasolina, el ejército circula en las calles (ahora con otro nombre), y a pesar de los intentos por convencernos de lo contrario, en la práctica acabamos cumpliendo las órdenes del gobierno gringo.

Congruencia,  según la definición del diccionario significa correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace y ahí aunque se empecinen en decir lo contrario  quedan mucho a deber los flamantes funcionarios y la respuesta adelantada a todos los calificativos que puedan generar estos planteamientos es simple, sino se podía para que lo prometieron, así de fácil.

Pero el problema se acentúa en la práctica cotidiana de gobierno, dos ejemplos ayudan a demostrar tal afirmación y considero conveniente ocuparme de ellos.

El primer caso es sobre el manejo de los programas sociales, pues una y otra vez se ha dicho que serán entregados de manera directa y sin intermediarios para evitar los moches e impedir que se sirvan como botín político para posicionar a personajes de la vida pública.

¿Pero qué sucede en la práctica? El combate al intermediarismo se ha convertido en pretexto para perseguir a organizaciones  sociales como el Movimiento Antorchista, pero se esconde el verdadero intermediario que se llama Ricardo Salinas Pliego, dueño de Banco Azteca y que hoy ocupa el tercer lugar entre los hombres más ricos del país y quién según la revista Forbes  en un año vio crecer su fortuna en 4000 millones de dólares para llegar a la cuantiosa suma de 11,100 millones, ¡subrayó dólares!, ¡mueran los intermediarios corruptos! ¡Vivan los honrados empresarios que se enriquecen a costillas del pueblo trabajador! Vale la pena preguntar ¿A qué clase representan los autollamados representantes del pueblo de la 4T?

Pero no es todo, otro acto de incongruencia lo constituye el supuesto combate al uso clientelar de los programas, situación que dista drásticamente de la realidad, pues en el municipio de Guadalupe  el Alcalde  morenista Julio César Chávez  se encarga personalmente, al igual que los funcionarios federales de entregar las tarjetas a los ancianos o las becas Benito Juárez, convirtiéndose en otro “Servidor de la Nación”, en cambio en Trancoso al Alcalde de filiación Antorchista Cesar Ortiz Canizales se le trata con desdén y prepotencia, negándole el uso de la palabra en los eventos  o de plano realizándolos sin la mínima cortesía de invitarlo. Lo dicho una doble vara que prueba la incongruencia.

Me ocupo de dos hechos más: las  recientes protestas de diversas organizaciones campesinas que demandaban liberación de recursos de programas para el desarrollo agrícola y en  esa misma semana una protesta que acudió a buscar al hotel donde descansaría el Presidente de la República en San Luis Potosí.

En el primer caso de inmediato vino la descalificación acusando de “fifis” a los líderes de las manifestaciones e insinuando que son enviados por adversarios políticos del primer mandatario, en el segundo la respuesta raya en el absurdo y me recordó aquella criticada frase de ¿Y yo por qué?, simplemente se remitió a los peticionarios a la autoridad correspondiente y se les acusó de ser enviados con fines inconfesables para desgastar la figura presidencial.

Pero la incongruencia no sólo está ahí,  lo verdaderamente preocupante es el trato a los dos problemas, pues en ambos casos se encuentran causas distintas a los asuntos expuestos y se apropia el Presidente y partidarios del derecho de protesta. Recordemos que  durante años López Obrador desde la oposición tomaba pozos petroleros, incendiaba urnas, se apropiaba del Zócalo y Av. Reforma e incluso recientemente convocó a dos concentraciones masivas, una en el corazón del país y otra en Tijuana por la amenaza de los aranceles y todas  esas acciones pasadas y presentes gozan de legitimidad, de coherencia y racionalidad, solo porque lo efectúan ellos y  cuando los demás protestan cumplen fines inconfesables, según la lógica morenista.

Lo dicho, la congruencia no es su fuerte, la práctica común es medir con raseros distintos un mismo problema, es también una prueba de que aquello de “no mentir” es absolutamente falso y constituye una más de las falacias empleadas para conquistar al pueblo pero que hoy en el poder prueban con contundencia a qué intereses sirven.

La lección es clara, en julio del año pasado solo tuvimos cambio de grupo político en el poder, siguen las mismas prácticas, la misma clase que continúa acrecentando su fortuna mientras crece el número de pobres.  La solución,  por tanto no es cambiar de partido, se requiere cambiar de clase gobernante, el pueblo debe acabar con estas contradicciones tomando en sus manos los destinos de la patria, solo así se acabarán las incongruencias y tendremos representantes que velen auténticamente por las mayorías.

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