El español nunca fue una lengua extranjera en Estados Unidos By ROSINA LOZANO

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Grabaciones de video en contextos muy diferentes, detectaron dos incidentes de hispanohablantes que fueron hostigados o detenidos al ser percibidos como inmigrantes indocumentados, en mayo.

En el centro de Manhattan, un abogado, Aaron Schlossberg, reprendió al dueño de un restaurante después de haber escuchado a trabajadores hablar en español. El hombre despotricó diciendo que debían hablar inglés en “su país”, y amenazó con llamar al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas.

Muy lejos de allí, en Montana, dos ciudadanas estadounidenses, Ana Suda y Mimi Hernández, grabaron imágenes mientras enfrentaron a un agente de la Patrulla Fronteriza de EE.UU. que les había pedido sus identificaciones. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, este respondió claramente que quiso ver sus documentos de identidad cuando “noté que hablaban en español, algo que no se escucha aquí”. El agente las detuvo durante 40 minutos en un estacionamiento.

El llamado a “hablar inglés” en Estados Unidos tiene una larga data, que a menudo ahoga nuestra historia -aún más larga- de uso del lenguaje diverso.

El suroeste era originalmente parte de México. Cuando el Tratado de Guadalupe Hidalgo puso fin a la Guerra entre Estados Unidos y México, en 1848, también otorgó la ciudadanía a los restantes colonos mexicanos. El tratado no les exigió que aprendieran inglés.

Más aún: durante las décadas que siguieron, el gobierno federal permitió a los gobiernos locales de esa zona utilizar el español en sus cuestiones oficiales.

La primera Constitución estatal de California exigía que “todas las leyes, decretos, reglamentos y disposiciones que, por su naturaleza, requieran publicación, sean difundidos en inglés y español”. Algunos condados de California usaban el español en sus sesiones legislativas y tribunales.

El uso del español en Nuevo México era especialmente amplio. Apenas cinco años después de tomar el territorio, Estados Unidos reconoció que debía pagar por traductores en las cámaras legislativas. Los funcionarios federales adoptaron el español como una forma necesaria para gobernar con justicia a este nuevo grupo de ciudadanos.

En algunas partes de ese estado, los resultados de las elecciones, los juramentos de lealtad, las sesiones legislativas, las cartas a los funcionarios electos, los discursos de ambos partidos políticos, las transcripciones judiciales y muchos otros documentos oficiales se escribían en español. Estos son simplemente los usos registrados de ese idioma, que no incluyen su utilización oral generalizada.

Los senadores que visitaron Nuevo México en 1902, llegaron a la conclusión de que no podían realizar sus actividades oficiales sin un intérprete. Se encontraron con maestros de escuela, jueces y un supervisor de censo que eran hispanohablantes únicamente.

Cuando los senadores preguntaron a un exjuez de paz, José María García, por qué seguía usando el español, este respondió: “Me gusta mi propio idioma más que cualquier otro, al igual que me gusta Estados Unidos más que cualquier otro país en el mundo”. Para García, no había contradicción alguna en ser tanto estadounidense como hispanohablante.

El español siguió siendo un idioma oficial de la política y el gobierno en gran parte del suroeste durante todo el siglo XIX, pero eso cambió en las primeras décadas de la centuria posterior. El aumento de la inmigración desde México, un impulso a la segregación escolar y otras iniciativas de “americanización” ayudaron a cambiar el rumbo. Como lo demostró el historiador Paul J. Ramsey, 26 estados, entre ellos California, habían prohibido la enseñanza de idiomas distintos del inglés en las escuelas primarias públicas para 1921. California lo vetó en las escuelas privadas ese año.

El sentimiento antimexicano alcanzó su punto máximo a principios de la década de 1930, coincidiendo con crueles campañas de repatriación que obligaron a cientos de miles de ciudadanos mexicanos y mexicoamericanos a cruzar la frontera hacia el sur. El condado de Los Ángeles fue especialmente efectivo en estas tácticas. Sin embargo, el español siguió siendo el idioma preferido en muchas partes del suroeste durante este período, y más de mil organizaciones cívicas lo promovieron en aras del panamericanismo.

Los hispanohablantes también se establecieron mucho más allá del suroeste, por supuesto. Ya en 1891, el poeta y periodista cubano José Martí, que entonces vivía en la ciudad de Nueva York, escribía “Nuestra América”, en un esfuerzo por unir a los hispanohablantes de todo el hemisferio. Decenas de miles de cubanos más llegaron a principios del siglo XX, mucho antes de la Revolución Cubana.

El Congreso dio origen a muchos estadounidenses de habla hispana cuando otorgó la ciudadanía a los puertorriqueños, en 1917, a través de la Ley Jones, que tampoco tenía una disposición del uso del inglés. En la década de 1950, casi 200,000 puertorriqueños se habían mudado a la ciudad de Nueva York. El español es parte de la vida cotidiana en esa ciudad hace más de un siglo.

Cuarenta y un millones de hispanohablantes nativos residen hoy en Estados Unidos, y esta cifra no incluye a los millones que aprendieron el idioma por elección. De hecho, este país se ubica segundo en cantidad de hablantes de español en el mundo, superado solo por México, según el Instituto Cervantes.

Estados Unidos no solo no posee un idioma oficial, sino que el español no es marginal aquí; desempeña un papel mucho más profundo en este país del que sugieren los videos que llegaron a las noticias. Su uso no es nuevo ni es una anomalía. El español es un idioma americano.

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