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Es astuto, pero depravado, que la policía se aproveche de un delincuente para castigar a alguien que piensa y actúa diferente

Domingo, abril 14, 2019 | Jorge Ángel Pérez

LA HABANA, Cuba.- El 12 de enero de este año Díaz Canel denunciaba, en su cuenta de Twitter, los intentos del gobierno de los Estados Unidos de “imponer” el programa “Parole”, al que catalogó de: “perverso recurso para estimular el robo de cerebros”, asegurando que “se trata de una campaña anticubana más, que manifiesta la impotencia imperial ante las conquistas revolucionarias”.

Sin dudas, el gobernante cubano no visita con frecuencia el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, de lo contrario no diría tales necedades. Yo que a menudo lo consulto, sé bien que el robo es un delito que se comete apoderándose, con ánimo de lucro, de una cosa ajena, y donde se emplea violencia o intimidación sobre las personas. El Mataburro también considera robo a esa sustracción de fichas y cartas que se produce en el juego de naipes y en el dominó.

Si atendemos a esas definiciones resultaría absurdo considerar que los médicos, que no son cosas, puedan ser robados, a menos que el gobierno los considere simples fichas de su dominó. Esos médicos, y cualquier otro profesional, deciden voluntariamente el viaje o, para definir con más precisión, la escapada. Un viaje “definitivo” no se emprende sin pensarlo bien, por eso supongo que en casos como estos el silencio resultaría más provechoso al presidente, y a todo su gobierno.

No sé si a “Palacio” llegan noticias de las burlas que sufre esa “revolución” que formó médicos para luego considerarlos “cosas” de su propiedad, y que reparte por el mundo a cambio de dinero y otros bienes. La exportación, como fuente de ingresos, es imprescindible en el mundo moderno, pero no es lo mismo exportar níquel, que hombres y mujeres de batas blancas que abandonan sus familias para cebar las bolsas del gobierno a cambio de unas pocas “monedas baratas”, y esto, debía reconocer el presidente tuitero, es mucho más cercano al robo que a los ofrecimientos del programa “Parole”.

El robo se hizo costumbre en Cuba, y no son pocos los que con él pactan. Yo mismo lo sufrí doce días antes de que Díaz Canel denunciara los supuestos intentos de “desfalco” de profesionales de la salud. Así despedí el año, sufriendo el robo de mi teléfono móvil. Comencé a vivir el año nuevo en la Cuarta estación de policías de La Habana, esa que se levanta en la calle Infanta esquina a Manglar, y bien que recuerdo la alarma de los guardias por la cantidad de delitos que se habían cometido durante ese día que antecede al “triunfo”.

Ya transcurrieron tres meses, y algo más, desde aquella aciaga jornada en la que fui tratado como bandido, cuando en realidad era el inocente a quien habían despojado de su teléfono, el que sería luego vendido. Ya pasaron tres meses y fui tan iluso que creí en la posibilidad de que apareciera, sobre todo porque la policía, su “técnica”, identificó a la “nueva dueña” y su lugar de residencia, pero siguió pasando el tiempo y jamás me devolvieron el “aparato”.

¿Acaso la receptación no se considera delito en Cuba? ¿Tendrá aún el teléfono esa mujer? ¿No resultaba esencial su testimonio para que las “autoridades” conocieran la verdadera identidad del ladrón y luego dar con su ubicación? ¿Habrán detenido al cuatrero? ¿Lo habrán juzgado? ¿Estará en la cárcel? ¿No sería justo que volviera el teléfono a mis manos? Las respuestas son tan claras como el procedimiento que decidieron para empantanar el asunto.

El teléfono nunca fue devuelto a la víctima, sobre todo porque cambió el victimario; la policía desplazó al ladrón, y se puso en su lugar para castigar aún más a la víctima, un periodista independiente que acostumbra a denunciar los desmanes que provocan el gobierno y sus instituciones. Tres serían los encargados de averiguar el paradero del teléfono y encontrar al ladrón, pero ninguno “resolvió”.

El primer policía asignado al caso duró tan poco que no recuerdo su nombre. Luego Yunelvis, una muchacha rubia, y en extremo delgada, se encargó de averiguar, pero prontísimo me hicieron saber que había sufrido una “amenaza de aborto”, y que el primer teniente Alexei Pita, con quien no tuve encuentro alguno, se ocuparía del asunto; sufrí entonces la arrogancia y las groserías de un oficial de apellido Millán, quien, tras mis reclamos, terminó sugiriendo a puro grito y antes de colgar el teléfono que me quejara en el lugar que me diera la gana.

Sin dudas todo estaba decidido; el ladrón había resultado de gran utilidad a la policía y también a la “revolución”. Este ladrón se convirtió, para ellos, en una especie de Robin Hood, un cuatrero que robaba a los “malos”, a esos que “están tan lejos del pueblo”. Este ladrón, tan sátrapa y ratero como Robin Hood, serviría para atemorizar, para callar las denuncias de alguien que se atrevía a enjuiciar a una “revolución” a la que aun presentan como justa y benefactora.

Es astuto, pero depravado, que la policía se aproveche de un delincuente para castigar a alguien que piensa y actúa diferente a lo que ellos suponen que es la justa norma. Tolerar el robo es un delito mayúsculo, consentir al ladrón es una afrenta a la ley, dejarlo suelto propicia el vandalismo, pero ellos prefirieron castigar a la víctima, amedrentarlo para que se decidiera por el silencio cómplice, lo que sin dudas no consiguieron hasta hoy.

En Cuba el delito es castigado en algunos casos y en otros es silenciado, sobre todo si es un robo útil a la policía y al gobierno. En Cuba la justicia no es la misma para todos y las autoridades la manejan a su antojo, haciendo que algunos sean más vulnerables que otros. Es inmoral que la institución policial desatienda la seguridad de quienes no comulgan con sus presupuestos. Y durante tres meses esperé, pensé en el “beneficio de la duda”, ya no.

Son muchas las insatisfacciones que vivimos los cubanos, y la incertidumbre es una de las “conquistas” más significativas en la Cuba de hoy, porque entre los guardianes también abundan los émulos de Bonnie y Clyde, de Dick Turpin y Robin Hood, y aunque aparezca el ladrón y lo robado no siempre habrá castigo y devolución, pero yo seguiré escribiendo, y solo dedicaré cortesías a la justicia.

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